Las políticas públicas no son autoayuda colectiva; son psicoanálisis social
La política pública no es mindset; es psicoanálisis social, reparación y cuidado con estructura, no autoayuda colectiva.
por Chris Zelglia
Hay un argumento continuo y arriesgado de transformar las discusiones sobre la emergencia climática en mensajes motivacionales. Como si la supervivencia del planeta estuviera condicionada al optimismo, la gratitud o una mentalidad individual que pudiera impedir la crisis estructural.
El cambio narrativo no es sin pretensiones; cuando la política se convierte en estribillo, la responsabilidad deja a los gobiernos y pasa a las manos de los individuos.
De manera que, pronto, cuidar del medio ambiente parece solamente una cuestión de mentalidad y no más de equidad, presupuesto, justicia social y derechos.
El capitalismo emocional encontró en la cuestión ambiental una nueva oportunidad: convertir la crisis histórica en ejercicios de respiración.
Sin embargo, enfrentar el colapso climático requiere algo completamente distinto: políticas públicas como análisis social.
No se trata de una cuestión de cambiar malas emociones y generar esperanza, sino de reconocer los dolores colectivos, conflictos reales y las redes estructurales de siglos de desigualdad, colonialismo, racismo y explotación ambiental.
La transición climática exige coraje para escuchar y transformar tierras arrasadas, poblaciones agredidas, duelos acumulados y futuros negados: todo lo que fue asfixiado por siglos.
El psicoanálisis enseñó y alerta que, al ignorar los síntomas, la crisis solamente se agrava y empeora.
Cuando los gobiernos tratan los cambios climáticos como tópico de comunicación positiva, están evitando el punto central: el enfrentamiento de los traumas como manera de sanar desigualdades históricas y responsabilizar a los causantes de la crisis, redistribuyendo el poder y cambiando los medios de producción.
Pero recomendar resiliencia tiene un costo menor y clamar por esperanza es más fácil. Sin embargo, resiliencia sin reparación es más violencia, mientras que la esperanza explotada como anestesia no ofrece un horizonte verdadero.
Las políticas públicas deben ser un contrapunto a la autoayuda climática. No deben mirar al confort, sino reestructurar las condiciones materiales y simbólicas, garantizando que el cuidado no se convierta en sacrificio individual, sino en una construcción colectiva de futuro.
Eso incluye una economía que, para operar, no necesite destruir cuerpos y territorios, garantizando la protección de activistas ambientales, financiando la economía forestal, la salud mental pública, la demarcación de tierras y la educación ecológica.
No basta desear, es necesario crear un mundo: social, afectivo, político y económico.
El psicoanálisis demuestra que todo lo que no es procesado vuelve a repetirse. Mientras la política lo valida: todo lo que no es institucionalizado se convierte en retórica.
La transición ecológica no es un ejercicio de pensamiento positivo, es arduo trabajo psicológico, político y material para deshacer siglos de violencia.
La política climática empieza por reconocer los traumas y la formulación de políticas públicas que tengan al cuidado como principio civilizatorio, no solamente como apelo emocional.
Al planeta no le hacen falta bellas palabras, pero necesita reparación, cooperación y coraje institucional para nombrar la causa del dolor: desigualdad, explotación y la demencia neoliberal de decir que un individuo puede solucionar los problemas del mundo por sí mismo.