por Xavier Bartira

Los escombros y las ruinas, en tonos terrosos, siguen componiendo el paisaje de Bento Rodrigues, distrito de Mariana, en Minas Gerais, que carga, desde 2015, la marca de del lodo y el abandono.

Foto: Oliver Tomic

El 5 de noviembre de 2015, el rompimiento de la presa de residuos de la minera Samarco, controlada por Vale y por el ango-australiano BHP Billiton, lanzó cerca de 45 millones de metros cúbicos de lodo tóxico sobre el distrito. La avalancha destruyó casas, vidas y ríos: 19 personas murieron, y la cuenca del Río Dulce fue contaminada desde su nacimiento, en Minas, hasta el mar del Espíritu Santo. 

“Estaba sentado en la garita y vi que se había ido toda la energía”, dijo el sobreviviente Edson Borges. Al inicio, él pensó que una tubería de agua se había roto. “Cuando miré para abajo, el río ya había levantado unos cuatro metros de lodo, árboles y un montón de cosas”

(G1, 06/11/2015 — leia aqui) (leer aquí)

Tantos otros relatos como el de Borges describen el mismo escenario: lo que restó fue un territorio herido. A las comunidades sepultadas por el lodo se les fue prometido devuelta – nuevas casas, nuevas calles, nuevos comienzos. Pero las reparaciones llegaron tarde, y para muchos, nunca llegaron por completo.

“Nosotros teníamos una vida de paraíso, todo el mundo se conocía con todo el mundo (…) Hoy hay personas allá de Bento que yo vi nacer, las vi crecer, y después no las vi más” – José do Nacimento de Jesus, habitante afectado.

(G1, 05/11/2025 — vídeo aqui)

En Bento Rodrigues, el nuevo asentamiento queda a apenas 12 kilómetros de los vestigios del antiguo distrito. Las calles ganaron los mismos nombres de antes, pero la arquitectura y el estilo de vida de antaño se han perdido. El barro se secó, pero el sentimiento de pérdida no.

En Paracatu de Bairxo, otra comunidad reasentada, la primera casa solo comenzó a ser construida en 2021 – seis años después del derrame. Mientras tanto, centenares de familias siguen residiendo en viviendas provisionales, a la espera de un hogar que les fue prometido entre informes y reportes.

Nuevo acuerdo, vieja impunidad

En 2024, casi una década después del desastre, a Samarco y sus controladoras Vale y BHP, junto al poder público, firmaron un acuerdo de reparación con un valor de R$ 170 billones.

Según el comunicado oficial de Vale:

“La Vale informa que Samarco, BHP y Vale, en conjunto con el Gobierno Federal, los Gobiernos de Minas Gerais y Espírito Santo, Ministérios Público y Defensorías Públicas, celebraron un acuerdo definitivo y sustancial sobre las demandas relacionadas a la rotura de la presa de Fundão”


 Leia o comunicado completo aqui. (Lea el comunicado completo aquí)

Pero, mismo con el nuevo acuerdo, nadie fue responsabilizado criminalmente. El lodo de Mariana sigue siendo una herida abierta en la historia ambiental y humana del país.

El Brasil de las mineras: más allá del lodo de Mariana

Más allá del caso de Mariana (2015), Brasil sufrió, y todavía sufre, con otros graves desastres y crímenes ambientales. El más semejante, en escala y naturaleza, es el de Brumadinho (2019), también en Minas Gerais. Ambos ocurrieron en el Quadrilátero Ferrífero, región que simboliza la minera del país. Estaban involucradas las mismas empresas – Vale, Samarco y BHP – y resultaron en daños humanos y socio ambientales catastróficos. Millones de metros cúbicos de lodo tóxico descendieron por valles y ríos, atravesando centenares de kilómetros hasta el mar, dejando rastros de destrucción, muerte y contaminación.

Pero el barro de la represa es apenas una de las fases del mismo modelo de exploración que se repite en diferentes formas por el país. Otros desastres ambientales de gran escala marcan nuestra historia reciente: la contaminación por Césio-137 en Goiânia (1987), el derrame de petróleo en la Bahía de Guanabara (2000), y los crímenes ambientales continuos en la Amazonia, en que la deforestación y las quemas consumen bosques enteros, modos de vida y territorios ancestrales.

En el Norte de Brasil, los impactos de grandes empresas de infraestructura, como hidroeléctricas y proyectos de minería de gran porte, continúan alterando ecosistemas fluviales y desplazando comunidades tradicionales, en nombre de una economía que devasta mientras promete desarrollo.

El barro se secó, pero el polvo permanece, se cierne, entra por los pulmones y pensamientos. Las mineras no excavan apenas la tierra – excavan el tiempo, el cuerpo y la memoria. Queda un aire espeso, todavía cargado de barro de ayer. En el país del hierro y el oro, la vida insiste en valer menos que el minero.