Por Lucia Ixchíu

En medio del calor que abraza la selva amazónica, después de cruzar la frontera del Ecuador con Perú y hacer una parada en la Isla de Yarina, seguimos rumbo a Iquitos, la mayor ciudad del mundo sin acceso a la carretera.

Atracamos alrededor de las 16hs y nos despedimos de los pilotos y los barcos que nos acompañaron por varios días. Llegamos a el lugar en el que nos quedaríamos por los próximos tres días de esta travesía río adentro. Finalmente, dejamos el río Napo y nos encontramos con el inmenso río Amazonas.

Entre filas para comer, filas para descargar las valijas, filas para tomar mototaxis y filas para subirse al ómnibus que nos llevaría al local donde dormiríamos, tuvimos la oportunidad de, al fin, estirar la espalda en algo que no fuese el suelo.

Este viaje es una transformación existencial profunda y, en mi visión, un regalo precioso por poder recorrer una de las rutas que nos permite atravesar no solo el río, sino también nuestro interior. Al descender de los barcos, todavía sentimos, por algunos segundos, la sensación de estar sobre el agua.

Llegar al hotel en medio del caos y el tránsito fue, sin dudas, una aventura más. Finalmente pudimos dormir y descansar el cuerpo para seguir, al día siguiente, con una agenda liderada por Muyuna – un colectivo de cine flotante de la ciudad que trabaja en el medio del agua.

Comenzamos el paseo por el barrio de Belen, donde vimos un mercado peculiar, con todo tipo de plantas y especias que solo existen en la selva amazónica – huevos de tortuga, larvas comestibles, olores diversos y un río contaminado hacían parte del escenario, un fuerte contraste con los ríos vivos que veníamos observando antes de llegar a la ciudad.

La ciudad de Iquitos queda inundada de diciembre a mayo todos los años, y la población aprendió a vivir así hace mucho tiempo. Esto me parece sorprendente debido a la capacidad de adaptación a la realidad, aunque, claramente, los cambios e inundaciones también son un efecto de la destrucción de la biodiversidad.

Después del almuerzo, nos dirigimos al puerto para continuar viajando por las lagunas y ríos de este territorio. Llegamos a la playa de Muyuna – o Isla Bonita- donde realizamos una acción de solidaridad con Brasil. Ayer nos enteramos de que fue concedida una licencia de exploración de petróleo en el mar para Petrobras. Es muy fuerte y doloroso que, en el medio de la flotilla, estas cosas continúen sucediendo, pero, por lo menos, estamos juntos para apoyarnos entre territorios.

Tocar la tierra también hace parte de este viaje sobre el agua. Nuestros ancestros mayas decían que parte del equilibrio es armonizar agua, fuego, aire y tierra – y es eso lo que buscamos ahora. Estamos tomando fuerza de la tierra, buscando un poco de calma para seguir adentrándonos en esta selva tan intensa y bella al mismo tiempo.

Este viaje desmonta mitos y estereotipos sobre la selva. Estar aquí no es fácil ni romántico, pero así es la vida. Las ampollas en la piel y los millares de picaduras de bichos, pulgas y mosquitos nos hacen acuerdo que honrar la naturaleza también es ser parte de ella y aceptar todo esto – que salir de la zona de confort es parte de romper con la comodidad y el parasitismo   de las ciudades, y que volver a la tierra es todo, menos algo simple.

La selva tiene su propio tiempo, sus propias reglas y su propio camino. Gracias a ella por acogernos y enseñarnos a caminar con ella.