Raul Mareco, de Cobertura Colaborativa NINJA en la COP30

Mientras los ojos del mundo apuntan a Belem, sede de la COP30, la Amazonía brasileña se revela como un palco de disputas profundas. No se trata de una batalla de narrativas: de un lado, gobiernos, ONGs y empresas defienden la bioeconomía como una gran apuesta para el desarrollo sustentable. Del otro, crece el avance del agro genocidio, que se apropia del discurso verde para legitimar sus monocultivos y transformar el bosque en commodities.

La bioeconomía se ha convertido en la principal apuesta política e institucional para el futuro de la Amazonia, presentada como una solución capaz de conciliar el desarrollo económico, la justicia social y la preservación ambiental

Lo que está en juego es definir cuál futuro prevalecerá: el de “bosques en pie” o el de una “conservación impuesta” que sirve a la lógica de la “Ecología de Plantación”.

Fomento institucional al emprendimiento verde

El apoyo institucional ha sido un pilar fundamental para impulsar la bioeconomía de la región. El Servicio de Apoyo a Micro y Pequeñas Empresas (Sebrae), en Pará, por ejemplo, ofrece soporte técnico y financiero a starups y emprendedores por medio de programas como el “Inova Amazônia”, que apoya a nuevos negocios de base tecnológica, y los programas “Negocios de Impacto Socioambiental” – NISA y  “NISA Delas” , este últimos con foco específico en mujeres emprendedoras.

Para la reportera Bianca Virgolino, del portal “O Liberal” (11/08/25), la gerente de Sustentabilidad e Innovación de Sebrae/PA, Renata Batista, avaló que “la bioeconomía es una de las grandes apuestas de la entidad para el desarrollo sustentable de la Amazonia”

Renata también sostuvo que “este mercado está en expansión y representa una oportunidad real para la generación de ingresos, inclusión social y valorización de la biodiversidad amazónica”

El futuro está en el bosque en pie

El estudio “Impactos económicos de las inversiones en bioeconomía en Pará”, realizado por el World Resources Institute (WRI) Brasil, en colaboración con investigadores de la Universidad Federal del Pará (UFPA), reveló que, solo en el estado que acoge a la COP30, la bioeconomía ya mueve R$9 billones.

El valor es atribuido a 13 productos amazónicos que ya son parte de la cadena de suministros activa en el marcado nacional e internacional: coco de babasú, açaí, palmito de açaí, andiroba, miel de abejas nativas, aceite de babasú, fibra de buruti, almendra de cacao, castaña de Brasil, aceite de copaiba, cupuaçu, caucho de hule y polvo colorante de urucum.

Todos provenientes de la agricultura familiar y de las comunidades tradicionales del estado.

La sombra del agronegocio sobre el verde amazónico

Mientras los escaparates muestran un futuro verde, un “modo sombra” avanza entre bastidores: el modelo del agronegocio en la Amazonia, la “Ecología de la Plantación”.

Este concepto describe la lógica en la que grandes haciendas de monocultivo, como la soja, ocupan el lugar de los bosques y tratan la tierra solo como fuente de lucro.

El discurso dice ser sustentable, pero en la práctica esta lógica aumenta la deforestación, expulsando comunidades y destruyendo la diversidad local.  

En el fondo, es una estrategia para que el agronegocio crezca usando una “fachada” ambiental, dificultando que el verdadero desarrollo sustentable se concretice en la Amazonia.

 El sector del agronegocio, contando con el respaldo del Estado, adapta reglas y criterios técnicos para permitir que cultivos extensivos ocupen territorios originalmente reservados a la protección ambiental. Este proceso ocurre básicamente en dos fases:

Primero, ocurre la conversión del bosque en un área “consolidada”. A través de normas administrativas, bosques en proceso de regeneración pasan a ser calificados como zonas rurales ya establecidas

Esto hace con que, desde el punto de vista legal, áreas verdes en recuperación sean tratadas como antiguos campos agrícolas, facilitando su tala con apariencia de regularidad.

Después, la protección ambiental es trasladada a lugares menos productivos. Son elaborados mapas de utilización del suelo que cambian el destino de las tierras; así, las porciones más fértiles y planas pasan a poder ser ocupadas por cultivos de soja, mientras que la obligación de preservar los remanentes naturales es transferida a terrenos escarpados o de bajo potencial agrícola.

En consecuencia, la expansión legal del cultivo de soja en las mejores áreas, mientras que la “preservación” queda restringida a puntos poco valorizados.

En el ámbito humano, el impacto es profundo. La fuerza ejercida por el agronegocio, junto con la ausencia de apoyo gubernamental, empuja a familias agricultoras a renunciar a sus propiedades, llevando a la llamada desterritorialización.

Comunidades que eran referentes en la producción en sistemas diversos acaban siendo absorbidas por los monocultivos, perdiendo espacio, identidad y tradición.

Este patrón de abandono y marginalización no sucede solo; continúa generando especulación inmobiliaria, agravando disparidades sociales que también se reflejan en el cotidiano de los barrios urbanos de Belem.

En el fondo hay un Estado ambiguo: lo que la ley y los planes de gobierno anuncian no corresponde a lo que se ve en los bosques.

Al final, la gran pregunta es: ¿la bioeconomía será el camino para el protagonismo de los pueblos amazónicos, la inclusión social y la conversación efectiva, o acabará transformándose en una fachada más para la expansión del modelo predatorio sobre un maquillaje sustentable?

Amazonas después de la COP30: ¿commodities o economía verde?

El escenario actual de la Amazonía es de una tensión palpable. De un lado, se multiplican los proyectos de mercado, los sellos y las iniciativas de valorización de la llamada “bosques en pie”, que buscan vincular los conocimientos tradicionales y la biodiversidad a las nuevas formas de ingresos e inserción económica para los pueblos de los bosques, extractivistas y agricultores familiares.

Sin embargo, debajo de los paneles coloridos y los discursos optimistas en los eventos de la COP30, hay un movimiento intenso de actores que utilizan las brechas legales y los dispositivos normativos para facilitar el avance de los monocultivos en áreas que eran protegidas, como menciona en “Ecología de la plantación”

La exposición internacional aumenta el peso y la responsabilidad de los gobiernos, empresas y movimientos sociales en la búsqueda por soluciones que realmente concilien justicia socioambiental y economía sustentable.

Se trata de un verdadero punto de inflexión: ¿estará la bioeconomía destinada a promover un desarrollo más equilibrado, inclusivo y respetuoso con quienes viven de los bosques?

En un momento en el que el discurso institucional defiende lo verde, pero el capital insiste en abrir camino entre los árboles y ríos, el destino de la Amazonas está en las decisiones que se tomen ahora

La encrucijada amazónica obliga al mundo a decidir: ¿bosques vivos o progreso sin orden?

¿Justicia para todos o lucro para pocos?

El tiempo de la respuesta es ahora, cuando cada decisión repercute desde el suelo de los bosques hasta las grandes cumbres internacionales.