por Janayna Rodrigues

La Asamblea de los Movimientos Sociales, realizada en el escenario principal del espacio de la Cúpula de los Pueblos en la Universidad Federal de Pará (UFPA), recordó una vez más por qué seguimos en la lucha. Su apertura, promovida por el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), llevó arte, mística y la defensa de la Reforma Agraria al centro del debate. Poco después, la Marcha Mundial de las Mujeres hizo lo que siempre hace: ocupar el espacio con coraje, grito, ritmo y reivindicación, reafirmando el rol de las mujeres en la construcción de alternativas populares. Desde el inicio, marcado por la expresión cultural, ya se quedaba claro el tono de una plenaria de lucha, unidad y compromiso colectivo.

En la primera parte, representantes de movimientos latinoamericanos plantearon reflexiones que cruzan a quienes luchan. Hablaron de la necesidad de reinventar nuestras formas de relación —con lo espiritual, con lo material y con el territorio— y subrayaron que no existe transformación sin trabajo de base, sin diálogo directo, sin mirar a los ojos del pueblo real. Recordaron también que no se puede hablar de futuro sin afirmar un mundo anticapitalista, antirracista y antipatriarcal. La palabra que sintetizó este momento fue unidad: unidad de acción, de proyecto y de articulación.

La Marcha Mundial de las Mujeres recordó que nuestras alternativas pueden parecer pequeñas, incluso invisibles, pero son ellas las que sostienen la resistencia. Es allí, en la práctica territorial, donde nace lo nuevo y donde se reafirma lo que debe ser repetido una y otra vez: enfrentar el racismo y el patriarcado no es una tarea aislada, sino una responsabilidad colectiva, porque ambos son pilares del propio sistema que nos oprime.

La Confederación Sindical de las y los Trabajadores de las Américas —entidad que reúne 54 organizaciones afiliadas en 21 países de América Latina— abrió la segunda parte de la plenaria abordando la defensa de la democracia y la paz; la importancia de colocar la vida en el centro al plantear soluciones para la justicia y la dignidad; el trabajo decente; y la amenaza creciente de la extrema derecha sobre la precarización y violación de derechos laborales.

La Vía Campesina de Zimbabue ofreció un mensaje contundente sobre el poder transformador que existe en cada persona, un poder que se expresa en la construcción de una verdadera soberanía alimentaria. Recordaron que ese poder de transformar el mundo —que tantas veces pensamos estar lejos, en manos de gobiernos o empresas— también está en nuestras manos. Y que esa transformación comienza cuando recuperamos algo básico: el derecho a producir, consumir y decidir lo que comemos.

Contextualizaron algo que parece simple, pero que, al escucharlo con atención, revela nuestra vulnerabilidad alimentaria: seguimos comprando comida y semillas como si fuera la única manera de vivir. Pero no lo es. La verdad es que fuimos enseñados a depender del mercado y terminamos naturalizando esa dependencia. Y eso no ocurre por casualidad; es una colonización que actúa primero en nuestra mente, haciéndonos olvidar que existen otros caminos.

Otro punto destacado fue que la agroecología tiene rostro de mujer, tanto en África como en Brasil. Son ellas las guardianas de los saberes y de las semillas criollas. Fue una invitación a descolonizar el pensamiento y recuperar una autonomía que siempre fue nuestra.

Entre una intervención y otra, las presentaciones musicales recordaron que la cultura también es lucha. “Cambiemos el sistema, no el clima” resonó como un recordatorio de lo que está realmente en juego al término de esta primera parte.

¿Qué deja la plenaria?

Al final, las síntesis presentadas reunieron lo esencial de los debates de la Cúpula de los Pueblos y dejaron claro el camino que los movimientos sociales señalan para el futuro. La centralidad de la vida apareció como un compromiso innegociable, reforzando que cualquier proyecto de sociedad debe colocar el cuidado, el bienestar y la dignidad en el centro de las decisiones.

También quedó evidente que la soberanía popular no llegará por decreto: se construye cotidianamente, con las manos del pueblo organizado y con las prácticas que nacen en los territorios. En ese camino, los movimientos asumen la tarea de enfrentar y desmontar las estructuras del sistema imperialista, colonial, racista, machista y LGBTQIAPN+fóbico que estructura las desigualdades que vivimos.

Las alternativas reales, debatidas en la Asamblea, no surgirán de discursos oficiales, sino de la experiencia concreta de las comunidades que reinventan sus formas de vivir. Por eso, la unidad política y económica aparece como condición indispensable para resistir y avanzar. El horizonte es de lucha, sí, pero también de victorias posibles y tangibles.

Y las palabras que cerraron la plenaria trajeron justamente esta fuerza: aun frente a la violencia y a los intentos de silenciamiento, el pueblo sigue en movimiento.