por Izabella Mota, de la Cobertura Colaborativa NINJA en la COP30

En diferentes territorios brasileños, el agua no se limita a los ríos y lluvias. Manglares, llanuras aluviales, bañados, igapos, humedales, arrecifes de corales, turberas y pantanos se organizan en una relación íntima entre la tierra y el agua. Silenciosamente, realizan el trabajo de respiración del clima y la mantención de la biodiversidad.

En la ciencia de la Tierra y los ciclos del agua, cada zona húmeda establece una red vida de interacciones. Los manglares, además de funcionar como grandes viveros de vida marina, son capaces de capturar y almacenar hasta cinco veces más dióxido de carbono (CO₂) que los bosques tropicales, de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma). Este potencial se debe a sus suelos anegados, que mantienen el carbono retenido por años cuando permanecen intactos – lo mismo ocurre con las turberas y los pantanos.

Los humedales, por su parte, actúan en el cuidado de los microclimas locales de humedad en el suelo, sirviendo de refugio a especies endémicas y amenazadas. Constituyen una estructura esencial para los equilibrios geoquímicos como el ciclo del carbono, por medio de la preservación de la biodiversidad.

Presiones y perdidas: el precio de la destrucción

Sobre constante violencia, enfrentando amenazas crecientes, las áreas húmedas son el blanco de expansiones agrícolas y urbanas, de especulación inmobiliaria que ignora su valor ambiental, denunciando la lógica del lucro, de extensivas construcciones de vías navegables sin la consultar a las poblaciones locales.

A pesar de su función estratégica, las políticas de conservación dirigidas a los manglares y demás áreas húmedas no están acompañando la velocidad de las presiones que inciden sobre estos territorios. Desde 1970, ya perdimos cerca del 35% de estas zonas: un ritmo de destrucción de tres veces superior al de los bosques, según los datos de la ONU divulgados en Wolrd Wetlands Day. Este declive amenaza no solo la diversidad de especies vivas, sino también la capacidad de protección climática ofrecida por estos ecosistemas.

Brasil sintió de forma dramática el impacto de esta destrucción en 202. El Pantanal enfrento el mayor ciclo de incendios ya registrados, con cerda de un tercio de su extensión quemada, según el informe del INPE con imágenes del satélite Sentinel-2. Las llamas avanzaron justamente sobre regiones húmedas que, históricamente, funcionaba como barreras naturales contra el fuego. Cuando estas áreas son drenadas, degradadas o transformadas en pastizales, el equilibrio hidrológico se rompe y el bioma pierde también su capacidad de frenar eventos extremos.

La ciencia viva de las zonas húmedas: comunidades y sabidurías

Este gran mosaico de áreas húmedas – regiones en las que el agua dicta el ritmo y el modo de vivir el tiempo – donde ribereños, quilombolas y pueblos indígenas, con sus practicas milenarias de cuidado, entran en sinergia con la naturaleza y sus sabidurías.

La supervivencia de estas áreas se sustenta en las manos de las recolectoras (marisqueras) que se resisten a la privatización de los mares, de ribereñas que cuidan de los arroyos como extensiones de sus casas, de pueblos indígenas que por medio se sus cosmovisiones ven a la naturaleza como un ser vivo, palpitante, recíproco. Se trata, entonces, de una amenaza global que recae de forma incluso más directa sobre estos pueblos, que encarnan sus sabidurías y tradiciones milenarias, cuya aprehensión y transmisión de conocimientos es indispensable a la preservación y la continuidad de estas enseñanzas.

Paradoja climática y la COP30

La perdida acelerada de las áreas húmedas expone una paradoja: mientras el mundo busca estrategias para mitigar la crisis climática y los ecosistemas que ofrecen soluciones concretas continúan siendo destruidos y abandonados por la ausencia de políticas de cuidado e inversiones. Con la COP30 sucediendo en Belem, en el corazón del Amazonas, Brasil tiene delante de si no solo el escaparate, sino la responsabilidad de colocar a estos ecosistemas en el centro del debate climático. Reconocer los manglares, las llanuras aluviales, igapós y pantanos como infraestructuras esenciales de adaptación y de mitigación es un paso decisivo e inaplazable, para que el país lidere con la práctica de la defense de los territorios que sustentan la vida.