por Bia Aflalo

Belem, actual capital de Brasil y sede de la COP30, vivió un boom económico en el siglo XIX, cuando, a partir de la apertura de sus puertos, estrechó relaciones con países de Europa, principalmente Francia.

Este hecho atrajo grandes inversiones en comercio e infraestructura urbana, y también generó un proceso de importación cultural europea, que influenció directamente en la moda, el desing, la arquitectura y hasta en las costumbres locales.

Pero todo esto partió de un sistema político higienista, que privilegió áreas de la ciudad que eran ocupadas por la punta más alta de la pirámide social. La recalificación de edificios, la extensión de calles, la iluminación pública, los sistemas de drenaje y limpieza urbana, la arborización, la calidad del pavimento y la acera, todo esto impactó positivamente a una parte muy pequeña de la población, dejando al margen, aislados, a los ciudadanos que ocupaban las costas más bajas de la capital paranaense. Era la carta postal perfecta para las élites que circulaban entre París y el Amazonas.

Con el anuncio de Belem como sede de la COP30, vemos un movimiento parecido. Inversiones de todas partes del mundo, nuevos proyectos, obras públicas y mejoras de infraestructura urbana. Esto sumado al foco que Belem recibió y sigue recibiendo, algunas personas van a repetir que Belem vive “una nueva Belle Époque”.

El slogan es seductor: remite a glamur, modernidad y a una ciudad que se abre al mundo. Pero esa comparación, más allá de superficial, es peligrosa. Simplifica un pasado complejo, borra la violencia y crea una ilusión de progreso que no se sustenta para todos.

El “brillo” de la Belle Époque tenía una sombra enorme. La modernización era excluyente, racial y profundamente desigual. Los pueblos indígenas eran violentamente explotados para sustentar la riqueza gomera. Ribereños y migrantes nordestinos vivían a base de trabajos insalubres, sin derechos. En las ciudades, la población pobre fue expulsada para periferias improvisadas, en un movimiento de gentrificación del centro

La Belle Époque amazónica del siglo XIX fue, para muchos, un proyecto de modernidad que se construyo borrando cuerpos y ecosistemas.

El costo climático de una era artificial dorada

La narrativa de la “época de oro” raramente menciona el impacto ambiental que sustentó al lujo urbano. La extracción descontrolada de goma aceleró la deforestación, las quemas, la ruptura de modos de vida tradicionales y la pérdida de biodiversidad. La modernidad era financiada por una intensa destrucción ecológica y esta historia continúa reverberando.

Llamar al presente “nueva Belle Époque” ignora que el planeta hoy en día vive la emergencia climática más grave jamás registrada. Y la Amazonia, epicentro de esta crisis, no puede repetir modelos urbanos basados en el agotamiento ambiental. La era de importar prácticas y modelos de subsistencia terminó.

El presente es un retorno al pasado

Los avances contemporáneos son reales: restauraciones de patrimonio, movilidad activa, inversiones en innovación, presencia internacional y una efervescencia cultural potente que nace de las periferias, de los territorios tradicionales y de las juventudes urbanas.

Pero confundir eso con una Belle Époque 2.0 es un error conceptual y políticamente estratégico. La comparación romantiza desigualdades, alimenta una visión colonialista del desarrollo y enmascara urgencias sociales que continúan evidentes como la vivienda, el saneamiento, la movilidad, la seguridad alimentaria, la preservación de los territorios indígenas y quilombolas, entre otros.

La Amazonia precisa futuro, no nostalgia estilizada

Lo que Belem vive hoy no es un remake del pasado, es una encrucijada histórica. Hoy, hombres blancos, de clases altas y altísimas, en su mayoría cisgénero y heterosexuales, deciden invertir o no en proyectos de justicia climática que impactan a millones de personas, que en la inmensa mayoría de las veces no son escuchadas, ni consideradas por los ejecutivos.

Y aquí dos caminos se nos presentan: podemos seguir repitiendo el modelo extractivo, privatizado y excluyente de la Belle Époque antigua, o podemos construir ciudades amazónicas de hecho sustentables, plurales, y climática y estructuralmente inteligentes.

La Amazonia no precisa de una “nueva Belle Époque”. Precisa de justicia climática, urbanismo reparador, políticas de duren más que un ciclo económico o un evento internacional y, por sobre todo, de escucha y consideración a las personas que cuestionan los rótulos, que viven en lugares donde la crisis climática llega (ya llegó), y que desarrollan soluciones que pueden construir futuros que la historia todavía no tuvo el coraje de escribir.