por Chris Zelglia

Afirman que estamos a la espera del fin del mundo.

Sin embargo, puede ser que lo que el planeta está mostrando es la inquietud de un modo de vida que llegó a su límite.

La llamada ansiedad ambiental, ese temor vago delante del colapso climático, ha sido considerada una cuestión personal, algo para ser controlado por medio de la meditación, el autocuidado y las aplicaciones para respirar.

Aún así, esa preocupación no surge de la nada.

Es un reflejo de una época en la que el futuro se convirtió en una mercancía y el planeta, un algoritmo.

La ansiedad ambiental no se resume apenas al temor al desastre.

Es una percepción, mismo inconsciente, de que habitamos en un sistema que está destruyendo el mundo para mantenerse en funcionamiento y que todavía se refiere a eso como progreso.

La ansiedad ambiental no es un trastorno psíquico es un despertar colectivo delante de un sistema insostenible.

Cuando el capitalismo promete alternativas ecológicas, lo que ofrece es una forma de anestesia.

Cambiar el temor al colapso por una demostración de esperanza individual: planta un árbol, compra menos, respira profundamente. Sin embargo, la ansiedad no desaparece, simplemente cambia de apariencia.

El psicoanálisis nos enseña que el síntoma expresa algo.

La ansiedad ambiental revela el estado de una generación que no consigue visualizar un futuro, que creció escuchando que el planeta está al borde del fin y que aprendió a cargar con el peso de una culpa que no le pertenece solamente.

Esa angustia no debe ser tratada con discursos optimistas, sino escuchada como un clamor social. Un llamado a un cambio estructural, no a un cambio de humor.

Sentir preocupación por el planeta es un acto de sensibilidad política, el problema surge cuando el sistema nos persuade de creer que eso es una cuestión individual.

Precisamos convertir la ansiedad ambiental en una acción ecológica.

Reconocer el miedo como parte del despertar colectivo es el primer paso para romper la parálisis y establecer nuevas formas de esperanza, no un optimismo vacío, sino una esperanza que actúa.

La salud mental del planeta depende de comprender qué es lo que esa ansiedad tiene para decir: no es más posible vivir así.