por Luiza Amâncio

El Global Citizen Amazônia, realizado en Belém, representó un poderoso manifiesto. El evento destacó la importancia climática y cultural de la Amazonía, transmitiendo el mensaje de que la región “mira de vuelta” al mundo.

El primero de noviembre, una vez más, el mundo volvió sus ojos hacia Belém. Global Citizen Amazônia no fue solo un festival de música y causas; fue un manifiesto vivo: la Amazonía está de pie. Desde las gradas hasta el campo, el estadio se transformó en un territorio de resistencia y celebración. Allí se reunieron miles de personas para afirmar que el clima no es un tema abstracto, sino una cuestión de supervivencia cotidiana. Estaban presentes artistas, líderes indígenas, comunidades quilombolas, ambientalistas y juventudes urbanas, todos reunidos por un mismo acto: escuchar a la selva desde la propia selva.

El “ensayo para la COP 30” fue una afirmación de que, mientras el mundo discute metas y acuerdos, aquí se viven todos los días los impactos reales del cambio climático, la explotación y la negligencia — mostrando que cada inundación, cada sequía, cada árbol talado tiene un nombre, un rostro y una consecuencia.

Durante su presentación, Gaby Amarantos fue clara: “Esta es mi casa, así que todo esto es algo personal para mí.” Y con esa declaración, no habló solo por ella, sino por toda una región que durante siglos fue tratada como margen y que ahora se levanta como centro. El público respondió al unísono, como quien entiende que el arte y el territorio son inseparables.

Entre las presentaciones, la pantalla gigante se convirtió en espejo y denuncia. Videos sobre justicia climática, preservación y derechos humanos recordaban que no hay sostenibilidad sin equidad. Los rostros de los descendientes quilombolas reforzaban lo que Brasil y el mundo aún tardan en comprender: proteger la selva es proteger vidas.

La presencia internacional tuvo un peso simbólico. Los artistas extranjeros que pisaron el escenario del Mangueirão entendieron que esto no se trata de exotismo, sino de pertenencia. Chris Martin, vocalista de Coldplay, resumió la emoción del momento: “Espero volver aquí a Belém con toda la banda pronto.” Fue más que un elogio; fue reconocer que, más allá del verde, hay corazones apasionados por el acto de vivir.

Global Citizen Amazônia no se limitó a un evento cultural; fue un acto político de autodefinición. Belém demostró que tiene infraestructura, capacidad técnica, madurez social y sensibilidad humana para recibir al mundo — y que hay toda una generación lista para reconstruir el futuro desde el suelo que pisa.

Belém probó que el futuro de la agenda climática no se escribe solo en inglés ni en documentos formales — puede escribirse con el acento que lleva el Norte en el pecho. Se escribe con quienes viven, sienten y (r)existen aquí. Cuando se apagaron las luces del Mangueirão, el silencio que quedó no fue de final, sino de reverencia. El evento terminó, pero algo profundo permaneció suspendido en el aire: la sensación de que, por primera vez, el mundo escuchó. Y la Amazonía respondió.